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martes, 28 de octubre de 2008

Carolina Herrera

Cuando cumplió los 40, Carolina Herrera decidió hacer algo inaudito: empezar a trabajar. No tenía por qué. Vivía en Caracas en un mundo de lujo y privilegio. Pertenecía a una de las familias más antiguas y adineradas de Venezuela. Estaba felizmente casada, tenía cuatro hijos. Llevaba casi diez años en la lista de las mujeres más elegantes del mundo. Era la perfecta anfitriona, la reina de las fiestas de sociedad. Nadie se lo tomó muy en serio.De eso hace 22 años. “Nunca hubiera podido anticipar este éxito. Cuando empiezas, creo que nunca sabes muy bien adónde vas ni si vas a gustar, porque tampoco lo estás pensando. Y de repente llega. Luego, si tienes un poquito de éxito, es imposible parar porque es como una droga.” Sentada en uno de los sillones de su oficina de la Séptima Avenida, en el Garnment District de Nueva York, Herrera habla con la voz melosa de su acento natal. Está perfecta. Ni una arruga. Es la imagen de la distinción que ha sabido crear y vender desde su primer desfile, en un apartamento prestado de Park Avenue.Suena la banda sonora de Los Angeles de Charlie. En la habitación contigua, una modelo espectacular se prueba un vestido de la próxima colección. Contonea las caderas como en la pasarela. Herrera se levanta para echar un breve vistazo. Gastón, su caniche, se está aburriendo un poco. Hoy, fuera de temporada, todo está tranquilo, la mayoría de las 80 personas de la oficina no trabaja.Carolina Herrera tiene la pose y la elegancia de una mujer de mundo. En Caracas vivió las legendarias fiestas de su suegra, Mimi Herrera, amiga de Greta Garbo y de la duquesa de Windsor. En Nueva York fue la diseñadora de Jackie Kennedy en los últimos 12 años de su vida. Warhol le hizo tres retratos, todos iguales salvo por el color de la sombra de ojos. Y cuando Vanity Fair sacó el pasado abril una portada plegable sobre estrellas y leyendas de Hollywood, no encontró mejor decorado que una réplica del salón victoriano de su casa del Upper East Side.Tenía 13 años cuando su abuela la llevó a París, a un desfile de Cristóbal Balenciaga. Fue su primera introducción en la alta costura. Le gustó, pero no lo bastante como para pensar en dedicarse a la moda. “Yo no era de las que jugaban a vestir a sus muñecas.” Sin embargo, aquella experiencia dejó huella. Aún ahora asegura inspirarse en las líneas claras y sencillas del español que triunfó en Francia.Esta imagen elitista también ha jugado en su contra. A menudo se ha relegado a Carolina Herrera a la categoría de diseñadora para las ladies who lunch (las damas que almuerzan). “Si yo sólo hubiera hecho colecciones para mis amigas habría cerrado hace veinte años, porque una compañía no se puede basar en eso. Es imposible. En aquel momento decidieron ponerme esa etiqueta, pero mi moda no sólo ha sido para ellas.”El tiempo le ha dado la razón. El Park Avenue chic, las faldas por debajo de la rodilla, lo clásico, lo caro llenan las páginas de las revistas. Todo el mundo quiere parecerse a la adinerada minoría neoyorquina. “La moda es algo que cambia, pero ciertos elementos son constantes: la sofisticación, la elegancia y, por supuesto, el lujo”, dicela diseñadora. “La moda es una fantasía, una locura, un misterio. ¿Qué es la moda? Es algo que necesitas todos los días porque te vistes todos los días. Cuando la gente está combinando lo que se va a poner por las mañanas, ya está haciendo moda. Moda es historia, es civilización, es arte, es un negocio.”Su nuevo éxito también se debe a la gestión de la actual presidenta de la compañía, Claudia Thomas, una mujer enérgica y sonriente que se incorporó a finales de 1996, y a su asociación con dos empresas españolas: la de perfumes Puig, propietaria mayoritaria de la compañía Carolina Herrera, y la Sociedad Textil Lonia, de los hermanos de Adolfo Domínguez.“Cuando empecé, tenía 40 años. Acababa de nacer mi primer nieto. A menudo me han preguntado por qué se me ocurrió meterme en esta aventura. Creo que hay un momento en la vida de todo el mundo en el que debes hacer lo que realmente quieres. Y ahora también me ha llegado ese momento para ampliar la empresa.” Ya lo comentaba Anne Wintour, directora del Vogue norteamericano: “Lo importante acerca de Carolina es que sabe exactamente quién es, conoce perfectamente su estilo y por supuesto siempre todo le queda muy bien”.María Carolina Josefina Pacanins y Niño nació en 1939 en Caracas, en el seno de una familia de terratenientes de vieja ascendencia colonial. Tuvo una infancia privilegiada. “Cuando era pequeña, estaba totalmente dedicada a mis caballos y a mis perros.” Las fotos de aquella época muestran a una joven muy bella y muy consciente de su estilo. Sus padres, Guillermo y María Cristina Pacanins, eran pudientes, pero no frívolos. “Tuve la suerte de que mi madre impusiera disciplina y estructura en mi vida. Era muy estricta, había un momento y un lugar para todo.” La alta sociedad de Venezuela rebosaba del dinero del petróleo. Nadie esperaba que Carolina trabajara, así que con 18 años se casó con Guillermo Behrens Tello. No funcionó. Se separaron ocho años después. Era el primer divorcio en la familia. Al cabo de poco tiempo se volvió a encontrar con un amigo de la infancia, Reinaldo Herrera, que regresaba del extranjero y de un corto romance con Cristina Onassis. Se casaron en 1968.El matrimonio se trasladó a La Vega, la impresionante mansión familiar del siglo XVI y con 65 habitaciones. Fueron años de viajes y jet set. El rostro de Carolina salía regularmente en las revistas. Su gusto impecable terminó por atraer la atención de Diana Vreeland, una de las gurús del mundo de la moda. Fue quien primero la animó a diseñar: “A veces se me ocurrían cosas y me las hacía un costurero de Caracas, pero yo me vestía esencialmente de Dios o Saint Laurent. No tenía mayores aspiraciones. Al principio pensé en centrarme en las telas, pero Diana me convenció para que me dedicara a la ropa”. Todo fue muy rápido. En septiembre de 1980, Herrera presentó sus primeros 20 diseños. Un año más tarde creó su compañía, se mudó con su familia a Nueva York y se instaló en una pequeña oficina de la calle 57. La acogida inicial no fue muy buena. Otras mujeres del jet set habían intentado crear sus propios modelos y todas habían fracasado. “Las críticas fueron malísimas. Me auguraban uno o dos años de vida. Ahora se han dado cuenta de que estaban equivocados. Pese a todo, la primera colección tuvo mucho éxito.” Herrera no puede evitar sonreír de satisfacción. Echó mano de la agenda con suma discreción. “Nunca hablo de la gente a la que visto. Si alguien quiere decir que lleva mis modelos, pues mejor. Pero yo no voy dando las listas.” Sus clientas siempre han agradecido esta rara cortesía entre señoras. Poco a poco se fue haciendo de una sólida clientela. De aquella época data su amistad con Jackie Kennedy. La primavera pasada, Herrera inauguró con Caroline Kennedy Schlossberg la exposición que el Museo Metropolitano dedicó a los años en la Casa Blanca de la ex primera dama. Cuando habla de las nuevas tendencias, Herrera no puede evitar apasionarse. “Me inspiran mucho los jóvenes, las formas de hacer lascosas, de mezclar, aunque a veces hay un exceso de desnudez. La desnudez no es moda, no tiene nada que ver. Lo de Jennifer Lopez. Eso no es moda. Pero es lo del uniforme, como un ejército: desnuda como está ha creado un ejército de mujeres que la siguen y que se quieren poner desnudas como ella. Es triste, ¿no? Jennifer Lopez es buena actriz y cantante, y lo hizo para atraer la atención. Ella se lo puede permitir. Si ves a todas las cantantes nuevas, Britney Spears y Cristina Aguilera, están todas desnudas.” Alza la voz, pero siempre termina riéndose. “Con la obsesión de la juventud se ha perdido todo. Muchas mujeres no tienen edad para vestirse de esa forma. Lo bonito es ir a tu punto. No me puedo poner lo mismo que se pone mi hija de 15 años. Tienes que cambiar tu forma de verte. Hay que saber envejecer y conservar tu propio estilo. Yo apuesto por mujeres que no quieren comprarse vestidos donde se vea la etiqueta afuera. Yo prefiero a la mujer que tiene creatividad y se pone lo que ella quiere, y eso pasa más en Europa que en Estados Unidos o Japón, donde les encanta la marca.”

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